¿Jazzuela? La música tiene en Rayuela un papel protagónico: está en las conversaciones de los personajes, es un tema en sí misma y afecta la narración en un estilo que toma elementos del jazz. Lee aquí cómo Cortázar integró la música y el jazz a su obra maestra.

Ficha técnica:

Título: Rayuela.
Autor: Julio Cortázar.
Género: (contra/anti) novela.
Año de publicación: 1962
Páginas: 700.
Temas: lo absurdo, arte.
Calificación en Goodreads: 4 estrellas.

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Músico frustrado pero creador de prosa melodiosa, Julio Cortázar escribió una obra con una fuerte presencia de la música. El argentino era un melómano amante de la música clásica, del tango (música popular argentina) y, sobre todo, del jazz. Por eso la música en Cortázar es casi omnipresente: está en sus cuentos, sus novelas, sus hobbies y en su concepción de la literatura.

La música hace presencia en Cortázar de diferentes maneras: como tema, al ser objeto de sus creaciones; como sujeto, al ser protagonista de su obra y usarse como vehículo para diferentes exploraciones; y como forma, al afectar su estilo literario.

Sobre estos tres elementos se basará el presente análisis de la música en Rayuela, un tema que me parece relevante para entender esta obra y que, además, es impresionantemente interesante.

El perseguidor o “Rayuelita”: el germen de Rayuela

Cortázar escribió cuentos como El perseguidor, cuyo protagonista es un saxofonista. Este cuento, de hecho, fue el germen de Rayuela, como el propio Cortázar lo confesó en sus clases de literatura en Berkeley. Por eso El perseguidor ha sido llamado por los críticos como “Rayuelita”.

“Hacia el año 56 escribí ‘El perseguidor’ y no me di cuenta —no me podía dar cuenta en ese momento— de que lo que estaba escribiendo ahí era ya un esbozo de lo que luego sería Rayuela. (…) cuando terminé Rayuela me di cuenta de que en ‘El perseguidor’ estaban ya esbozadas una serie de ansiedades, búsquedas y tentativas que en Rayuela encontraron un camino más abierto y más caudaloso.”
(Clases de literatura Berkeley 1980)

Así que Rayuela es hija de El perseguidor. Dice Cortázar que con la novela “traté de ir hasta el fondo en ese tipo de búsqueda” que había iniciado en el cuento.

Entre las dos obras hay varios paralelismos y similitudes: ambas se desarrollan mayoritariamente en París; ambos personajes, Johnny Carter y Horacio Oliveira, son hombres comunes, no demasiado inteligentes, que sienten que en torno a ellos las cosas no andan bien y van en busca de una respuesta; y, por último, está presente el jazz.

“Lo mismo que el músico de ‘El perseguidor’, [Oliveira] es un hombre común que sin embargo siente que en torno a él hay cosas que no andan bien, cosas que incluso gente mucho más inteligente que él acepta y que él no está dispuesto a aceptar y se opone a la realidad tal como se la presentan diariamente.”

Esa presencia no es gratuita. Por supuesto, al ser el protagonista de El perseguidor un saxofonista de jazz, la música debía de ser un componente del cuento, pero en Rayuela no hay músicos y, sin embargo, la música encuentra un lugar mucho más determinante en la obra.

Triple función de la música en Rayuela

La música en Rayuela aparece de tres maneras, de más clara a más abstracta sería, respectivamente: como personaje, como tema y como forma.

Veamos cada una en detalle:

La música y el jazz como personaje

Pilar Peyrats Lasuén dice que en Rayuela »el jazz es un personaje más que incide directamente en los protagonistas, actuando como flujo de conciencia, como intercesor y catalizador».

Entre los capítulos 10 y 18 se da la mayor presencia del jazz en Rayuela. Son varios los momentos en que el Club de la Serpiente se reúne a escuchar jazz. Sus miembros lo hacen aparecer poniendo canciones y comentándolas. El jazz (y el blues, y el swing, y el bepop), por su parte, los afecta, los pone melancólicos, los invita a reflexionar sobre otros temas.

Se mencionan y se critican canciones y músicos. El narrador describe cómo el ambiente musical empieza a orquestar las acciones de los personajes. Incluso, partes de canciones se entremezclan con la narración, como en este fragmento donde la canción Mamie’s Blues de Jelly Rool Morton se combina con los eventos que ocurren mientras suena:

«Babs había tomado tantos trenes en la vida, le gustaba viajar en tren si al final había algún amigo esperándola, si Ronald le pasaba la mano por la cadera, dulcemente como ahora, dibujándole la música en la piel, Two-seventeen’ll bring her back some day, por supuesto algún día otro tren la traería de vuelta, pero quién sabe si Jelly Roll iba a estar en ese andén, en ese piano, en esa hora en que había cantado los blues de Mamie Desdume, la lluvia sobre una claraboya de París a la una de la madrugada, los pies mojados y la puta que murmura If you can’t give a dollar, gimme a lousy dime, Babs había dicho cosas así en Cincinnati, todas las mujeres habían dicho cosas así alguna vez en alguna parte, hasta en las camas de los reyes, Babs se hacía una idea muy especial de las camas de los reyes pero de todos modos alguna mujer habría dicho una cosa así, If you can’t give a million, gimme a lousy grand, cuestión de proporciones, y por qué el piano de Jelly Roll era tan triste, tan esa lluvia que había despertado a Guy, que estaba haciendo llorar a la Maga, y Wong que no venía con el café.«

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Lista de canciones de jazz mencionadas en Rayuela

 La siguiente es una lista completa de todas las canciones que se mencionan en Rayuela. También puedes encontrarla, junto con otras canciones sobre Rayuela, en esta lista de reprodicción en Spotify

Capítulo 10:
– I’m coming, Virginia de Frankie Trumbauer & His Orchestra
– Jazz me blues de Bix Beiderbecke & His Gang.

Capítulo 11:
– Four O’clock drag de Lester Young and The Kansas City Six.
– Save it pretty mama de Lionel Hampton.

Capítulo 12:
– Body and soul de Coleman Hawkins.
– Grooving high de Dizzy Gillespie y Baby dol.
– Empty Bed Blues de Bessie Smith.

Capítulo 13:
– Don’t play me cheap de Louis Armstrong.

Capítulo 14:
– After the rain de John Coltrane.
– Village blues de Sidney Bechet.
– C.C. rider de Lonnie Johnson.

Capítulo 15:
– Blue interlude de Benny Carter.
– When I’m drunk de Champion Jack Dupree.
– Black brown and white de Big Bill Broonzy.

Capítulo 16:
– Hot and bothered de Duke Ellington & His Orchestra.
– I ain’t got nobody de Earl Hines.

Capítulo 17:
– Mamie’s blues de Jelly Roll Morton.
– Stack O’Lee blues de Waring’s Pennsylvanians.

Capítulo 18:
– Jelly beans blues de Ma Rainey.
– Oscar’s Blues de Oscar Peterson.

El jazz como un símbolo de búsqueda y rompimiento

Si alguien preguntara por la trama de Rayuela esta se reduciría al deambular de su protagonista, primero por París y luego por Buenos Aires. Deambular en el sentido completo de la palabra: “Andar, caminar sin dirección determinada.”

Esta búsqueda más bien errática lo lleva a todo tipo de situaciones absurdas y a elucubraciones donde él siempre “está intentando otro camino” porque desconfía de la tradición, “de las cosas tal y como son”. Horacio Oliveira está buscando siempre: busca el amor en la Maga y en Pola (y quizás también en Gekrepten), busca el sentido de la vida en su filosofía, busca trabajo, busca amigos, se busca a sí mismo.

La misma búsqueda, los mismos temas están en el jazz, un género que rompió con las tradiciones musicales, que propuso “otro camino” más libre, menos esquematizado que el de la música clásica. Sus letras hablan del desarraigo y de la pérdida tanto amorosa como del hogar, de un estado pasado de felicidad, y el lamento por la soledad del presente.

Rayuela, Oliveira y Cortázar, encuentran en el jazz una respuesta a esa sensación de incertidumbre que había quedado después de las guerras mundiales, donde el horror había superado a la inteligencia y al progreso. La creación occidental se había acabado, se habían extenuado sus paradigmas y esquemas y, por lo tanto, había que reinventarse. Nace el Existencialismo en la filosofía a cuyas ideas recurre Oliveira en la novela, así como recurre al jazz como paralelo a esa búsqueda de libertad.

Así, el jazz aparece en Rayuela para convertirse en símbolo de esa búsqueda, de esa otra posibilidad más real y más auténtica de la realidad.

Julio Cortázar era un melómano amante del jazz.

El jazz: improvisación y estilo de escritura musical

Cualquiera que haya leído a Julio Cortázar puede percatarse de que su escritura tiene un ritmo distintivo marcado por la puntuación enrarecida, por palabras sonoras, por estructuras diferentes. En sus Clases de literatura en Berkeley, Cortázar se refería así a esta concepción de la musicalidad suya diferente a la rítmica y métrica de la poesía en la que pensaríamos si nos preguntan sobre la musicalidad en la literatura:

Cuando estoy hablando de prosa o estilo musical no me estoy refiriendo a esos escritores, sobre todo del pasado, que buscaban acercarse a la música como sonido en su prosa —eso se notaba sobre todo en la poesía, pero muchas veces también en la prosa—, es decir escritores que buscaban conseguir efectos musicales mediante el juego de repeticiones de vocales, aliteraciones o rimas internas.
(Clases de literatura, Berkeley 1980.)

Una de las características que han resaltado diversos críticos ha sido el planteamiento de Rayuela como una novela cuya estructura sigue un patrón de fraseo jazzístico por una preponderancia de la improvisación.

“El jazz me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir en mis cuentos, un poco como el músico de jazz enfrenta un take, con la misma espontaneidad e improvisación…”
(Clases de literatura, Berkeley 1980)

 Con respecto a la influencia del jazz en Cortázar él diría que:

“El jazz tuvo una gran influencia en mí porque sentí que contenía un elemento que no contiene la música que se toca a partir de una partitura, la música escrita: esa increíble libertad de la improvisación permanente.”(…) El elemento de creación permanente en el jazz, ese fluir de la invención interminable tan hermoso, me pareció una especie de lección y de ejemplo para la escritura: dar también a la escritura esa libertad, esa invención de no quedarse en lo estereotipado ni repetir partituras.

Esto se puede ver en esas frases largas que tiene la novela, esos “solos” en los que después de un diálogo estructurado o párrafos más definidos se entra a un flujo de conciencia que divaga, que va y viene sobre temas diferentes, que intenta acercarse a una idea desde distintos ángulos, en diferentes takes (tomas o “diferentes versiones” o intentos que los músicos de jazz hacían en estudio). No hay puntuación tradicional, hay rebeldía, hay movimiento. Se pueden ver los “riffs”, las notas falsas, la pregunta, la respuesta, el subir, el bajar en la intensidad del solo.

El siguiente fragmento es un claro ejemplo de esto. Podemos ver allí momentos en los que Cortázar parece imitar el estilo del jazz y, más concretamente, el de Charlie Parker (saxofonista en el que se basó el personaje Johnny Carter de El perseguidor):

«… todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizás había otros caminos, y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.
(Rayuela, cap. 17).

Esta estructura estilística de Cortázar en Rayuela se basa en una serie ininterrumpida de variaciones sobre un “tema fundamental”. El jazz apela a la capacidad de conocimiento más básica del ser humano: la experiencia directa con lo real. Y así también, en esa búsqueda de lo real, termina Oliveira intentando vivir la experiencia pura como en el concierto de Berthe Trépat, cuando se convierte en clochard o cuando vuelve a Buenos Aires e insiste en el episodio de las ventanas o en trabajar en un manicomio.

El jazz es una música de improvisación, la música sale en su estado puro, más allá de las formas está el sonido tal como en Rayuela: más allá de los significados y las formas está el lenguaje puro. Por eso hay “faltas ortográficas”, esas “h” metidas de la nada, por eso hay puntuación extraña y frases inconexas que parecen no llevar a nada, por eso está el glíglico. El lenguaje de Rayuela es una música y un lenguaje despreocupado conceptualmente y centrado en la experiencia.

Es espectacular lo que hace Cortázar con la música en Rayuela explorándola e integrándola a su narración y a los temas de su novela.

Rayuela es, sin duda, una novela musical. Por eso nada mejor que leerla sentado cómodo en el mueble de la casa, mientras llueve en una tarde azul grisácea como las de París, escuchando de fondo jazz, blue, swing y bepop que conduzcan con sus ritmos nuestra lectura de Rayuela.

Referencias

  • González, C y Ferrús, B (2016) Análisis de la función y el significado del jazz en Rayuela de Julio Cortázar (tesis grado).
  • Goialde Palacios, P. (2010) Palabras con swing. La música de jazz en la obra de Julio Cortázar. Musiker. (17) 483-496.

¡Buena lectura! 😀